Hoy martes se cumple una década desde que miles de familias de la Región de Atacama enfrentaron uno de los episodios más inclementes de la naturaleza: las torrenciales lluvias que desencadenaron intensos aluviones que destruyeron todo a su paso.
Ese 25 de marzo de 2015, la jornada inició con una lluvia poco usual para la zona: a las pocas horas, tenía al Río Copiapó al tope de su capacidad, y posteriormente, se desbordó. Rápidamente, el paisaje se convirtió en un afluente de lodo que escurría por calles, quebradas y cerros
En Paipote, en tanto, fue una de las más afectadas, y se convirtió en la "zona cero" de la emergencia. La noche en que se desató la tragedia, muchas personas pasaron la noche en el cerro, mientras veían cómo sus casas se llenaban de barro, y los vehículos eran arrastrados por densas corrientes. "Los autos y los containers pasaban igual que botes.
El reclamo se repetía entre varios habitantes: que no habían recibido ayuda aún, y que la organización solidaria partió entre jóvenes voluntarios, Bomberos y vecinos, incluso entre quienes ya no podían negar la realidad: lo habían perdido prácticamente todo. Otros, aún más angustiados, buscaban a sus familiares, temiendo que el aluvión los hubiera arrastrado. Otras localidades como Chañaral, Diego de Almagro y El Salado también se vieron inundadas por el barro en un par de horas.
En total, la tragedia dejó 31 fallecidos y 49 desaparecidos. Los damnificados, en tanto, superaron los 16 mil. Las labores de reconstrucción comenzaron a fines de junio de ese año, en el denominado "Plan Maestro de Atacama", y la catástrofe le costó al país US$1.500 millones.
Aún existen materias pendientes para la reconstrucción en términos de infraestructura y vivienda principalmente. Sin embargo, las consecuencias psicológicas y emocionales que este fenómeno natural dejó a quienes lo vivieron, difícilmente podrán ser borradas.
Fuente: Emol.com